*En uno de los emblemáticos parques de la ciudad de Xalapa surgen fantasmas de una relación prohibida, amor y odio de siglos pasados que hoy sigue vigente en el colectivo
Javier Salas Hernández
Xalapa, Ver.- Durante el día, el frondoso follaje verde de los fresnos, encinos, hayas, tulipanes africanos, eucaliptos y grevileas, y algunas araucarias, impiden el paso de los sofocantes rayos del sol que hacen que las más de tres hectáreas del parque “Los Berros” se conviertan en una enorme sombrilla.
Durante el día embriaga el aroma de las palomitas, los chicarrones, churros, dulces de algodón, plátanos fritos y ensordece el bullicio de los niños en los juegos infantiles en sus paseos en ponys, en bicicleta, coches eléctricos y en sus recorridos en patines.
En las noches se percibe un ambiente tétrico, y más aún si llega acompañada de la típica llovizna y niebla. No todos se aventuran a cortar vuelta por el parque ante el temor de ver a los fantasmas.
Al caer el ocaso en esta área arbolada, una de las más visitadas de la ciudad de Xalapa, se va cubriendo de un misterioso velo y no es capaz de detener la fantasmagórica silueta de dos espectros que, en las noches de llovizna y neblina, se cuelan entre las ramas y deambulan por las amplias callejuelas del parque.
Uno busca el perdón divino y otro al ser amado.
La leyenda de los fantasmas de Los Berros se ha transmitido de generación en generación desde 1886, año en el que se empezó a construir con el relleno de la zona pantanosa donde crecían plantas de berros, muy socorrida por las amas de casa para acompañar los alimentos, por ser una fuente de hierro y vitaminas.
La vox populi refiere que en la época de la colonia, los habitantes de la zona construyeron una capilla y solicitaron a la Arquidiócesis un párroco y a pesar que la solicitud fue atendida, ningún sacerdote quiso hacerse cargo del templo.
Pocos meses después un joven sacerdote, recién egresado del Seminario, llegó al lugar para pastorear a las ovejas. Entre los feligreses, se cuenta, había una niña llamada Carmen, de singular belleza que cautivó al clérigo. La niña creció al igual que su belleza.
Entre ellos surgió una amistad, que para el sacerdote se fue transformado en amor carnal hacia la joven. Dicen que la amaba en silencio, un amor que nunca podría tener.
Tras algunos años llegó de España un joven apuesto y al conocer a Carmen, la amistad entre ellos se transformó rápidamente en un noviazgo con la clara intención de matrimonio. Relación que no fue bien vista por el párroco.
Un día Carmen acudió emocionada con el sacerdote para decirle la noticia de su boda, pero el clérigo estalló en ira, abusó de ella y la asesinó y él se quitó la vida. Una confesión que se convirtió en tragedia y una tragedia que se convirtió en leyenda.