Relatos de John Cheever

*No por nada a Cheever desde hace muchos años se le conoce como el Chéjov estadounidense; grandes escritores de todas las lenguas lo ven como al maestro que es y han tratado, infructuosamente, de imitarlo

Rodolfo Mendoza

Para todo lector los nombres de Faulkner, Hemingway, Fitzgerald, Capote, Welty, O’Connors (y continúe el lector, por favor, sumándole a la lista los apellidos de los grandes maestros del cuento estadounidense), son moneda corriente. Cada quien tiene a su favorito, aunque nadie se atreve a despreciar a los demás. Algunos de nosotros ponemos entre los tres primeros nombres el de John Cheever, maestro indiscutible no sólo del cuento, sino de la novela, el diario y las cartas.

No por nada a Cheever desde hace muchos años se le conoce como el Chéjov estadounidense, pues sólo él ha logrado retratar la “pureza” del alma “gringa”.

Grandes escritores de todas las lenguas lo ven como al maestro que es y han tratado, infructuosamente, de imitarlo.

Su vida fue caótica: desde muy joven lo expulsaron de la escuela por mal comportamiento. Su relación con los periódicos y revistas literarias a donde publicaba fueron ríspidas (al punto que un pleito legal por una de sus novelas ha dado para tesis y se conoce como el caso más sonado en cuanto a derechos editoriales). Tuvo problemas graves con el exceso de alcohol (tanto como Styron, Carver, y un largo etcétera). Se molestó con su hija cuando ella publicó una biografía. Y, en fin, no era un hombre fácil.

Para quienes conocen parte de sus caprichos saben que nunca permitió que se publicara nuevamente su primer libro de cuentos, y dejó estipulado que la reunión de sus “cuentos completos” fuera una a la que le faltan alrededor de sesenta y ocho cuentos que no puso en su propio canon. Lo que el lector tendrá en sus manos, con estos dos tomos, es lo que los fans de Cheever conocemos como El libro rojo (debido a la sempiterna edición estadounidense) o The Stories of John Cheever. No es la primera vez que un escritor decide cómo debe estar organizada su obra completa (ahí tenemos los casos en México de Octavio Paz, Gabriel Zaid, José Emilio Pacheco), ni es la primera vez que el lector se quedará sin conocer todo lo demás.

Lo que es cierto es que con esta “selección completa” quien apenas vaya a descubrir al maestro Cheever se deslumbrará y pensará que es imposible superarlo; que difícilmente podrá volver a leer cuentos como esos: en los que los grandes temas son el de los hermanos-enemigos; otro, el de la homosexualidad, y uno más el alcoholismo.

La editorial emecé ha puesto a circular toda la obra de Cheever; en esa casa editorial podrá encontrar sus novelas, lo relatos, los diarios y las cartas.

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