Pasaje Azulgrana: el Atlante vive

Aníbal Santiago

En Nativitas los azotes vienen del cielo. El verano castiga con látigos ardientes que arruinan a quienes salen del Metro, a los que con el sudor encharcando su espalda estiran sus pies en una cama de Homeopatix para aliviar su uña enterrada, sus juanetes o (si la cosa está grave) sus ojos de pescado. Y el calor machaca a los que de pie, viendo un comal abrasador frente a una avenida motorizada, se echan en Oaxaca Grill una tlayuda y una coquita salvadora.

El aire es espeso y amarillo, a las partículas contaminantes el sol también las tuesta. Urge frescor, un túnel que nos salve, un refugio. ¡Aquí está! A pasos de la estación de la Línea Azul, unas escaleras forradas de hojas crujientes bajan a un pasadizo que la oscuridad enfría. Caminamos junto a la papelería Sammy, la estética Emmanuel, por demás negocios y otro, el más luminoso, que cura las almas de los atlantistas y los salva de lo que parecía su destino: la extinción.

El Pasaje Azulgrana podría ser una enfermería para el atlantismo, tan sufrido (tres cambios de ciudad, tres descensos y ahora varios campeonatos inútiles para ascender a Primera División), pero aquí no hay vendas, algodón ni Merthiolate. Aquí lo que hay son llaveros, playeras, calcomanías, relojes, mandiles, tazas, tarros, gorras, petacas, pins, balones, termos. Y montones de cosas más azules y granas, primeros auxilios que curan a miles de porristas con heridas pero aferrados a la vida.

De pronto, en este túnel silencioso que cruza por debajo Calzada de Tlalpan habla una mujer: “Con muy poco, el Atlante hace mucho”. La chica que con seis palabras sintetiza 108 años de historia del chilanguísimo equipo, los Potros de Hierro, es Darcee Rosas. De melena violeta y una preciosa sonrisa, hace cuatro años la creadora del Pasaje Azulgrana se la jugó por lo que ella ama. En 2020, días antes que se declarara la pandemia, instaló en este túnel un negocio con productos de un equipo abandonado al que se le auguraba la desaparición y que aún jugaba en el marítimo Cancún, nada más lejos de su identidad. Un día, de camino a una Primera Comunión por las calles de Isabel La Católica, descubrió la tienda del Barcelona FC en la Ciudad de México. “Dije: wow, cuántas cosas”.

Se propuso hacer lo mismo pero con el Atlante. Darcee es sobrina de mitos atlantistas, Felipe “Diente” y Juan “La Chúndara” Rosas, y nieta de Manuel “Chaquetas” Rosas. Su abuelo -ya con 71 años cuando en 1983 Darcee nació- no le contó una sola historia del Atlante. No podía. Darcee siempre lo vio silencioso, postrado en una cama por la enfermedad de Parkinson, hasta su muerte en 1989.

Las viejas historias del famoso defensa que fue su abuelo se las contó su abuelita María. Y claro, en la vieja casa de los abuelos en el pueblito capitalino Santa María de la Natividad había vestigios de antiguas glorias, como la medalla de participación de Manuel con la Selección Mexicana en Uruguay 1930 (su abuelo fue el primer mexicano en la historia en anotar dos goles en una Copa Mundial).

-¿Cómo inició tu sentimiento por el Atlante?

-Genética. Mi abuelo era herrero y en su casa hizo una puerta del escudo del Atlante. De chiquita le pedía a mi papá, José Luis, comprarme mi uniforme y me llevaba a los partidos cuando el Azulgrana se llenaba. Y ya en la Final contra Monterrey (en 1993) firmé mi atlantismo-, jura Darcee.

Volvió a firmarlo en 2020. En un espacio del túnel comenzó a vender añejos productos marca Garcís del equipo aún asentado en Cancún. Y en esos primeros días de ilusión, ¡tras!, la pandemia. “Había puesto al negocio por amor al equipo. Aunque el panorama era espantoso y mi inversión estaba en riesgo, me dije: esto ya está hecho, a resistir”.

Hizo bien. De repente, se prendió una velita. El nuevo dueño del club, Emilio Escalante, en plena crisis del coronavirus regresó a los Potros a la capital, su casa. Con un atlantismo que renacía, Darcee pronto adoptó una estrategia. Comprar 10 boletos para el juego de local y regalarlos a los mejores clientes: “Tu boleto, para que vayas”. Y entonces “la tienda se volvió viral”, explica. Reaparecían los atlantistas, la tienda era alegre y hasta tierna, y el aficionado quería materializar su identidad, andar por la calle con los colores. Y para eso existía el Pasaje Azulgrana.

Darcee, además de bombera de Pemex, cuando no apaga incendios atiende su local, para el que debió contratar dos empleadas. Por fortuna, las llamas de la quiebra se extinguieron y el agua salvadora es el nuevo Atlante multicampeón y  de futbol delicioso, hoy dirigido por Daniel “Borita” Alcántar.

-Este Atlante va por todo y propone de visita o de local. Y por eso el atlantismo ha vuelto a estar en todas partes: lo mismo en Iztacalco que en Neza, y hasta en Guadalajara y Monterrey-, dice.

-¿Cómo vives que la Federación Mexicana de Futbol le prohíba ascender?

-Como deportivamente tendríamos que estar en Primera División, luego me enojo y me frustro y no quiero saber nada de futbol. Pero luego me hablas del Atlante y siento muy bonito. Y entre los atlantistas somos hermanos. ¿Se te atora un trámite pero el funcionario es atlantista? Te echa la mano. ¿Te quedaste sin batería y otro coche vio que traes la playera del Atlante? Te echa la mano.

Por si le faltaran tormentos, el atlantista sufre burlas: “son una afición de cabecitas blancas”, se ríen los detractores. Pues les tenemos una noticia: la infancia se ha vuelto a vestir de azul y grana. “Vienen clientecitos chiquitos por sus playeritas: quiero mi uniforme.  No lo vas a creer, una clientecita de 11 años se lleva los libros que tenemos sobre el Atlante –revela Darcee-. Otro clientecito viene, graba videos y siempre nos saluda en redes. Es de huesito colorado: trae su playerita, su potrito en la cabeza y siempre anda bien contento”.

¿Cómo no enamorarte de este equipo? Date una vueltita por el Pasaje Azulgrana, conoce a Darcee y si puedes tráete a una clientecita o un clientecito, para que el Atlante viva por siempre.

 

 

 

 

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