Los Tres Reyes: la barbacoa del desmadre

*Entre una tarola, altares a la virgen, nixtamales, cebolla picada, polvorientos óleos de girasoles y chamacos jugando con el kit City Police, el restaurante Los Tres Reyes de la capirucha ofrece una de las mejores experiencias, como si se estuviese en el Distrito Federal de Chava Flores

Aníbal Santiago

Ciudad de México (CDMX).- Iniciar una crónica con un reproche es violento, pero hoy es necesario. Los Tres Reyes tiene todo, absolutamente todo lo que la mexicanidad demanda, pero le falta algo.

Tiene bandas musicales con tarola, barbacoa, altares a la virgen, nixtamales, cebolla picada, polvorientos óleos de girasoles y mujeres desnudas, micheladas, salsas, tortillas a mano, cilantro picado, ofrendas de muertos, limones y tres millones de mexicanidades más. E incluso posee rarezas como una juguetería en pleno comedor, un aro de básquet sobre la gente que paladea sabrosuras y un enorme gráfico a la vista de todos con la maniobra de Heimlich para que salves con apretujones abdominales a un comensal al que -atorado en su garganta el taquito de espinazo- se lo está cargando el payaso.

Pero lo que le falta al polémico restaurante Los Tres Reyes es un manual para entender cómo comer aquí. Primero, al llegar al callejón Pablo Veronés, igual que en Metro Balderas debes abrirte paso entre los que esperan en la entrada para escribir tu nombre en una libreta Scribe. Ahí, esa multitud mira a quienes ya paladean su taco con lastimosa envidia, como si fuesen una casta superior a la que jamás accederán.

En el momento en que en este salón -al que los fines de semana acude medio México- se libere una mesa y te digan “pásele”, tu familia se sentará pero tú volverás a pararte. Ni modo. Ahora hay que hacer una nueva fila para pedir pierna, lomo, cuello, espaldilla, costilla, falda, o la parte del borrego que quieras. Aguardar tu turno en una segunda cola sería insoportable si no te deleitaras con un espectáculo del que eres parte. Entre las mesas atestadas, los niños juegan en el piso con su kit City Police que su mamá les compró en el puesto de juguetes del restaurante y que incluye patrulla, helicóptero y moto policiales (a eso juegan nuestros niños, no olvides que son chilangos). A la izquierda puedes husmear a las mujeres que hacen tortillas a mano, y los seis hornos donde se cuecen los pobres borregos que embestirán tus colmillos. El Grupo Arrieros invita a la gente a pedir una cancioncita. Gritan porque el ruideral de las mesas felices es diabólico.

-¿No quieren una bonita melodía de este grupazazazo encabezado por este guapísimo músico del guitarróoon?

¿Quién dijo eso? El del guitarrón, faltaba más. La familia Martínez se destornilla de risa aunque el chiste no sea tan bueno, la verdad.

-¿Qué canciones trae?-, cuestiona don Horacio, padre de esta familia masiva de la que solo se quedó en casa el perico.

-Traemos Noa noa, Pecho tierra, Primera cita, La de la mochila azul; Bebé, dame.

Don Horacio se niega meneando la cabeza. Entonces el guapo del guitarrón suelta una contrapropuesta: “Traemos también la canción de Gabriela”. “¿De Gabriela? ¿Y esa cuál es?”, pregunta extrañado don Horacio. “¿De veras no la conocen?”. “¡No!”, exclaman todos los Martínez menos el perico (recuerden que se quedó en casa). “Pues ahí les va”, responde, y sus compañeros de tarola, guitarra y trompeta cantan juntos: “Gabriela penca de un maguey tu nombre, unido al mío, entrelazadooos”. El coro de carcajadas de los Martínez y mesas vecinas se expande como fogonazo, aunque el verdadero fogonazo está los hornos de los que emana un calorón que retienen los techos de asbesto colorido de este galpón de la colonia Alfonso XIII.

De pronto, una mesera toca la espalda al joven que de pie espera delante mío: “¿Qué se toma?”. “Clamato con chamoy, piquín y ajónjolo (así dijo)”. “¿Y sus acompañantes?”. A los gritos porque la música no da tregua, desde la fila para la barbacha el joven pregunta a sus tres amigos: “¿Qué se tomaaan?”. Contestan a todo pulmón que una Victoria. “¿Le pago las bebidas?”, pregunta a la mesera. “No, al rato”, contesta ella y se va.

Pero cuando llega tu turno para la barbacoa –no puedes llevarte menos de medio kilo, por eso ni se te ocurra ir sol@- ahí sí tienes que pagar de inmediato. Mientras entregas el billete, el señor que corta y pesa la carne para que la lleves a tu mesa te regala un taquito. “Échate éste, ve qué chulada. Y ponle esta salsa de pueblo, la mejor que has probado en tu vida”. O sea, al mismo tiempo pagas, recibes el borrego en papel aluminio, le echas la mejor salsa del mundo a tu taco, te entregan el cambio y pegas la mordida. Éste sí es el Distrito Federal de Chava Flores. Un verdadero desmadre.

A tu mesa llegas caminando entre unos muros donde pende un reloj cuyos numerales son los 12 cuchillos con que se mata al borrego (qué cruel) y una ofrenda con la Morenita y veladoras dedicada a los difuntos vaqueros que en 1982 fundaron Los Tres Reyes.

Ya en tu mesa sorbes los consomés intensísimos, pero falta algo. “¿Y las tortillas, seño?”. “Si quiere tortillas se piden aparte. ¿Va a querer?”. “Ándele”, respondo (los tacos sin tortillas nunca me han sabido bien). “¿Y le traigo pápalo?”. Acepto, y al voltear me impresiona la energía herbívora con que niños, señoras, viejos, muerden los racimos entre taco y taco. Sin duda, de esa hierba milagrosa dependen sus vidas.

Cuando tú y los tuyos tengan enfrente la espaldilla o lo que sea, se habrá acumulado tanta espera que morirán de hambre. Y como estás sudando tipo Acapulco y el ruido marea, se elevará tu ansiedad. Desearás abalanzarte hacia tus tacos como un ser primitivo. Despacio, no quieres atragantarte y que alguien diga: “Leeré en el gráfico aquel cómo hago la maniobra de Heimlich para salvar a ese señor en peligro”.

Tú disfruta despacito y, muy importante, prepárate para la hora de la cuenta. Este comedor popular tiene todo popular menos los precios. Cuando me lamenté del desembolso apareció ante mí Mawi Ceballos, tradicional clienta, que me desmintió. “Vale la pena cada pinche peso”. Su comentario no fue muy delicado pero sí certero. No la contradije.

Y como nosotros éramos solo dos y nos sobró una tonelada, en casa saboreamos barbacoa tres días más. Con todo y pápalo milagroso. Buen provecho (y aquí ya tienes tu manual gratuito para comer en Los Tres Reyes).

 

 

Compartir: