Vestigios católicos de la montaña

*A la Iglesia de Santa María, una construcción franciscana del año 1738, la envuelven leyendas, como aquella que afirma haber sido abandonada tras una plaga que azotó a los totonacas; hoy se mantiene, paradojas, en pie y en ruinas en Naolinco

Javier Salas Hernández

Naolinco, Ver.- En la cima de la vereda, entre la densa vegetación del bosque mesófilo de montaña, se asoma una torre de piedra caliza, un vestigio de la llegada de la Iglesia Católica a tierra azteca.

Una construcción antiquísima que coquetea, que giñe un ojo, que intenta llamar la atención para acudir a su encuentro. Son las ruinas de la iglesia de Santa María, una construcción Franciscana del año 1738.

Pensar en una caminata de un kilómetro de ida por una veredita de subidas y bajadas, no suena tan convincente, pero después de veinte minutos, la vegetación abre su follaje y muestra una joya asentada a las afueras de San Pablo Coapan, una comunidad ubicada  a 30 minutos de la capital.

De inmediato se dejan ver tres columnas que sostienen la construcción de 285 años, columnas que resisten el embate del tiempo.

Las paredes del templo sagrado lucen enmohecidas por la humedad; sin techo porque era de paja. La torre que a lo lejos coqueteaba, es el campanario que se observa imponente y que alguna vez tuvo voz para el llamado a misa.

Su acceso principal en forma de arco deja apreciar su interior, tal vez donde hubo tablones sostenidos con piedras para que los feligreses estuvieran cómodos. En lo que fue el altar, se erige una imagen de Santa María, que es una réplica, pues la original se encuentra en la Iglesia de Naolinco.

Las leyendas cuentan que en el año 1850 sus habitantes totonacas padecieron una epidemia de viruela negra que mató a casi toda la población. Los que sobrevivieron abandonaron el lugar.

La mayoría emigró a San Pablo Coapan y jamás regresó al lugar. Ahí solo queda la Iglesia en ruinas, que un día tuvo su esplendor y soñó con un futuro más próspero.

Hay otros lugares que guardan grandes riquezas, algunas ya descubiertas para ser admiradas y otras, en espera de salir a la luz tras permanecer cientos o miles de años bajo la tierra o cubiertas por la exuberante vegetación.

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