Zanates, la “quietud” de Xalapa

*Durante el cenit y el nadir, las aves revolotean y emiten sonidos estridentes que sacan del letargo del caos a cientos de pobladores; su sonido, más que una molestia, es un portal a un mundo de quietud

Javier Salas Hernández

Xalapa, Ver.- Cada día, al alba y al ocaso, casi a la misma hora, el silencio se rompe en mil pedazos como un cristal que cae estrepitosamente al suelo y tal vez, el sueño de alguien o de algunos corre la misma suerte.

El peculiar trino que brota de las siringes de cientos de animalitos alados hace muy suigéneris las mañanas y los atardeceres de Xalapa, conocida como la Ciudad de las Flores.

Cada mañana en diversos pequeños pulmones de la urbe, de entre las copas de los árboles que hicieron sus casas, poco a poco los zanates o tordos van despertando y, al mismo tiempo, emitiendo peculiares sonidos que provocan reacciones diferentes.

Las áreas arboladas de las inmediaciones de la Secretaría de Educación de Veracruz, en la avenida Lázaro Cárdenas; la avenida Murillo Vidal frente al Centro de Alta Especialidad “Dr. Rafael Lucio”; el parque Juárez, en pleno corazón de la ciudad; y el parque Los Berros de la calle Salvador Díaz Mirón, se han convertido en los santuarios de estas escandalosas aves.

En algunas horas de la tarde, frente a las oficinas de educación, docenas de aves emiten un sonido que penetra los cristales de los vehículos: un concierto de la naturaleza que rompe con la parafernalia de una ciudad carcomida por el tráfico.

Para algunos, los que tienen el privilegio de habitar casas en zonas arboladas puede resultar escandaloso, de súbito interrumpen el sueño, pero para los que se preparan para iniciar el día o incluso andan en las calles, una armoniosa sinfonía.

Los zanates, que se diferencian de los cuervos por el plumaje negro azulado menos brillante y por los ojos negros, después de sus canticos puntuales de las seis de la mañana, sales en parvadas; no se sabe a ciencia cierta a donde ni que hacen. Durante el día, se pueden apreciar algunos cuantos.

Pero al caer el alba, alrededor de las 7 de la noche las parvadas regresan al lugar de donde salieron por la mañana emitiendo su cántico, anunciando que termina el día y es hora de descansar.

Su sonido invade el alma, lo libera de ese enojo inmerso en las interminables filas de vehículos que invaden la ciudad, una ciudad sin escapatoria del caos, salvo en esas horas y momentos donde los seres alados nos llevan a otros mundos.

Y al otro día, a la misma hora y en los mismos lugares, la historia se repite.

 

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