León Felipe: calle de besos y otros pecados

*Una calle de la majestuosa Ciudad de México mantiene su encanto vegetal; llamada León Felipe, un sitio sensual donde se antoja pecar

Aníbal Santiago

Ciudad de México (CDMX).- Ocultos, con sus ojitos fisgones en rincones disimulados por helechos, flores, arbustos, las santas y los santos de la calle León Felipe vigilan a los visitantes a la caza de algún pecado. Por eso sus guaridas son estratégicas: al norte, casi en Periférico, la Virgen Morena espía en su altar clavado a un árbol; al centro, una Purísima Concepción de piedra mira desconfiada; y al sur, al borde de Avenida Revolución, dentro de su escondrijo un Cristo inspecciona a los peatones desde sus párpados caídos.

Comprensible esfuerzo: en esta calle sensual se antoja pecar.

Cuando hace cinco siglos conquistaron este pueblo indígena de Tlacopac -hoy una silenciosa colonia-, los españoles debieron pedir a sus hortelanos y arrieros orar lo siguiente: Jesús dulcísimo, que yo rechace cada impiedad, que sea siempre extraño a los deseos carnales y a las concupiscencias terrenas que combaten contra el alma y que, con tu ayuda, conserve íntegra la castidad.

Pero ni santos ni rezos apagan al deseo: en sus parques en desniveles, sus jardines con esculturas, sus mesas campestres de madera para que los oficinistas coman su lunch, al caer la tarde las parejitas se absorben los labios como si fuera a acabarse el mundo y la última ilusión de vida se extrajera de la boca del amado o la amada. Son testigos las aves que cantan exaltadas.

Hoy, la calle León Felipe, estos 500 metros lineales de empedrados, ya no son más el antiguo Río San Ángel porque a mediados del Siglo XX fue entubado. Pero cuando camines junto a los floripondios brugmansia (por amarillos y jugosos que estén ni se te ocurra morderlos, son venenosos), los violetas acantos espinosos y las plantas prehistóricas garra de león, estarás pisando las piedras silíceas que cubren el afluente de ese río. Para siempre quedó oculto por la cruel decisión del regente Uruchurt que canjeó todos los ríos de la Ciudad de México por concreto.

Pero si una calle de la ciudad majestuosa mantiene su encanto vegetal, esa calle es León Felipe, bautizada en homenaje al poeta español republicano que se refugió en México y escribió:

¿Qué me importa que se borren

los caminos de la tierra

con el agua

que ha traído esa tormenta?

Mi pena es porque esas nubes tan negras

han borrado las estrellas.

Aún con pequeños acantilados que pertenecieron a la desaparecida Sierra de las Cruces, la calle sigue absorbiendo muchísima agua: estalla en verdes. A las ventanas de las casas de tejas las engullen enredaderas de hiedra canaria y las rejas antiguas se miman con flores blancas cuna de Moisés y azaleas moradas.

¿Quieres saber cómo era el México antiguo sin necesidad de ir al Zócalo? Baja en Metrobús Altavista y camina unas cuadras: verás un pozo de piedra antiguo; sobre una que otra fachada de ladrillos hay anillos de amarre para los caballos y burros que aquí pasaban, y en los frentes de las casas cuelgan mosaicos con escenas del viejo San Ángel: campesinos cargan tinajas de aguamiel, carreteros jalan potrillos.

El día que vengas, avanza sobre los senderos de hojas secas y bugambilias caídas, o en la propia vereda de la que a veces te deberás bajar porque aquí los centenarios árboles monumentales -colorines, yucas- no se talan porque quien se atreve a hacerlo sufre una maldición.

Tú no la sufrirás porque si los usas es solo por la sombrita que aprovechas para darte unos besos. Sé valiente: no importa que te vean las santas y los santos.

 

 

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