Sala Tlaqná: Bosque de sonidos

*No había pensado en el sonido hasta la primera vez que entré a la Sala Tlaqná en 2013; desde aquellos primeros conciertos me preguntaba por qué “sonaba” diferente la Orquesta Sinfónica de Xalapa, si la había escuchado cientos de veces en su antigua casa, el Teatro del Estado.

Anselmo Betancourt

Xalapa, Ver.- Todo espacio es sonoro. A la fórmula tiempo-espacio habría que pensarla también en relación al sonido. El salón de clases, una cocina, la calle, el circo, el parque, el desierto, los mercados o nuestra propia habitación tiene sus sonidos únicos o particulares. Existimos gracias al sonido, estamos hechos de él: de ritmos, tesituras, coloraturas, armonías. Emitimos sonidos al nacer, y el último estertor es otro sonido. Nuestro ritmo cardiaco es otro sonido, nuestras palabras lo son. Si lo pensamos bien, el tiempo y el espacio ha sido siempre complicado medirlo, no así los sonidos: son tan claros, tan directos, tan llenos de presente, de vida, que son la única prueba de que estamos en algún lugar, que estamos “aquí”. Ahora que escribo esto pienso en lo que decía Carlos Fuentes: la música que más me gusta es la música de las teclas. Lo recuerdo, no busco la cita, y me doy cuenta que al parafrasearlo es otra música, otro sonido, ya no el de Fuentes, sino el mío.

No había pensado en el sonido hasta la primera vez que entré a la Sala Tlaqná un 25 de agosto de 2013. La construcción de dicha sala se inició en 2007. Tiene capacidad para 1,300 espectadores. Alberga a 110 músicos y tiene cien lugares para coro. Desde aquellos primeros conciertos quien esto escribe se preguntaba por qué “sonaba” diferente la Orquesta Sinfónica de Xalapa —que tiene su sede en esta sala—, si la había escuchado cientos de veces en su antigua casa, el Teatro del Estado. La respuesta no era tan simple, tiene que ver con la determinada anchura y altura de la sala para que el volumen de aire quede contenido para una acústica perfecta, con los materiales y, por supuesto, con quien supiera llevar a cabo la construcción de una sala con estas características. Kirkegaard Associated fue la empresa líder contratada para tal efecto. Otro elemento es el canopy, término que se usa para definir al techo de cristal que se mueve de acuerdo a las necesidades de cada concierto, además de los banners o cortinas laterales que también suben o bajan de acuerdo a cada ocasión. Sin embargo, una característica muy especial, única diríamos, es gracias al arte: la caja acústica aloja una monumental obra del artista mexicano-japonés Hiroyuki Okumura titulada Bosque de niebla y que consta de 2,272 placas individuales de concreto, eso hace que el sonido se refleje de manera espectacular.

Aquél 25 de agosto de 2013, en el primer concierto abierto al público, estuvo el propio Larry Kirkegaard, además de todas las autoridades federales, estatales y universitarias. Todos nos sentíamos —y sentimos— orgullosos de contar con una sala de estas características en nuestra ciudad. Se hizo lo que después supe era una prueba acústica: pinchar un globo para probar que se escuchaba en toda la sala y que el sonido viajaba sin extinguirse al tiempo de suceder (tiempo-espacio-sonido). He escuchado no sé cuántos conciertos en la Sala Tlaqná y, aunque muchas piezas las he escuchado en otras salas, oírlas ahí es una experiencia única. Sé que todo influye en un concierto, no solo la tos o los estornudos de los espectadores, sino el número de estos, el clima, si está encendido el sistema de ventilación (otro gran acierto de la sala: un alarde de técnica) y, naturalmente, la orquesta y su director.

Para aquellos que disfrutamos la música sabemos que la Sala Tlaqná es como nuestra casa: es una habitación propia, tenemos nuestros lugares favoritos, la hemos recorrido por completo, sabemos con quién compartimos la casa, sabemos quiénes son invitados nuevos pero, sobre todo, sabemos que algo nuevo nos deparará, que la sala nos dará algún milagro esa noche, pues es una sala viva, una ser viviente que sabe que debe darle cobijo a unos escuchas que están necesitados de abandonar el mundanal ruido y entrar en un espacio que está fuera de tiempo, y que sin duda está hecho solo de sonidos, no eternos ni perennes, pero sí permanentes en la memoria de cada uno de nosotros. Tlaqná lo sabe, por eso nos deja entrar en su bosque de sonidos.

 

 

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