Axotla, herido pueblo del mariachi Tin Tan

Aníbal Santiago

Con la cruz apoyada amorosamente en su pecho, San Francisco de Asís te observa a la salida de una iglesia. ¿Acaso puede hacerlo si es de piedra? Sí, sus globos oculares carecen de pupilas –o agujeros que las simulen- y entonces surge el efecto de que te sigue vigilante, alerta, te muevas a donde sea. “Ni se te ocurra pecar”, parece advertirte.

Quizá si paseas a medianoche en Axotla –este moribundo pueblo chilango- y te paras ante el santo, te recorra un escalofrío. Pero lo verdaderamente siniestro está a sus pies. Un sapo de bronce mira al cielo. Llora, reclama, sufre y pide misericordia a Dios. Sus croar es casi un aullido, el lamento de un pobre batracio desangrándose. No hay razones claras para que los religiosos de esta iglesia hayan incrustado un sapo abajo del santo.

¿O sí? Hace milenios, Dios envió plagas de sapos a Egipto en castigo a que el faraón esclavizaba al pueblo de Israel. Este rinconcito de la Ciudad de México, Axotla, no es Egipto, pero sí padece otra esclavitud, la urbanización, que ha ido desapareciendo los callejones y casitas de adobe que hace 71 años existían. Y decir 71 años no es una ocurrencia. Tenemos pruebas.

En una película de 1953, Tin Tan –personificando al Mariachi Desconocido- recorrió la calle Alumnos, luego el atrio. En una Axotla aún intacta por la modernidad avanzó tocando un tambor entre bellas jóvenes de rebozo a quienes seducía recitando poesía: En la puerta de tu casa hay tres letras de color / la primera dice “cielo”, la segunda dice “amor” / la tercera dice “las caricias de tu amor”.

De pronto, una voz rasgada por 78 años de vida me informa:

-¡Pues acá atracito vivió Tin Tan!

-¿En serio?

-Como lo oye-, dice Víctor Esponda, veterano pintor de brocha gorda que tenía 7 años cuando el comediante estremeció al pueblo que hoy se degluten tres zombies disfrazados de avenida, Universidad, Insurgentes y Río Mixcoac.

Pese a los años, Víctor, axotlense como sus 8 hermanos y sus padres, está esbelto, fuerte y con el pelo naranja como cabellera de elote. Concentrado como si entre sus manos estuviera La Biblia, lee las inmorales noticias de su diario Basta!

El hombre descansa junto a unas alumnas de secundaria que sentadas en el atrio juegan jenga a risotadas. Por eso tiene que hablar fuerte.

-¿Aún sobreviven sus amigos de la niñez?-, le pregunto.

-Todos están muertos. Me da nostalgia: salías a jugar tapa. ¿Lo has jugado? Quitabas la tapa a los zapatos, hacías una rueda con monedas de 20 centavos y a sacarlas con la tapa. Y unos árboles tenían negritos, bolitas dulces y sabrosas que juntábamos en bolsas. El Río Magdalena estaba limpio, veías a las mujeres bañarse. Ni un carro pasaba y ahora de tantos no puedes ni atravesar la calle.

-¿En qué otra cosa cambio Axotla?

-A nuestra iglesia de San Sebastián Mártir la han saqueado. Primero, el púlpito. Luego, el altar. Y luego un padre se llevó hasta las campanas de las torres. Y ya lo poco que quedó lo saquearon los padres que le siguieron. Jajaja.

Víctor se ríe pero no es de risa. Al actual sacerdote Pedro Lascuráin no le resta mucho que resguardar de ese templo dominico del siglo XVI al que Guillermo Kahlo, padre de Frida, le sacó una foto en 1933, justo después de que muriera su mujer Matilde. Detrás la cámara había un hombre en luto.

A las paredes del templo aún no se las robaron (pero no cantemos victoria). Para que no estén pelonas incrustaron en lo alto un Cristo de mirada tristísima, nariz mocha, dedos mutilados y brazos pegados con Diurex. También saquearon las pinturas antiguas, por eso no quedó más remedio que colgar una foto tomada en Tepeaca, Puebla, del Santo Niño Doctor de los Enfermos, con su bata que indica “Dr. Jesús” y sus zapatitos blancos, como ortopedista del IMSS.

Axotla significa Tierra de Ajolotes. Desde luego, los humanos los devastaron. En el aledaño Río Magdalena, del agua puerca no se salvó ni uno. Los dos anfibios sobrevivientes son los del escudo del pueblo pintado en el hermoso pórtico del atrio -protegido por tres angelitos de piedra-, donde además está escrito un verso: “Axoloteño soy, señores, donde reina la hermosura y la tranquilidad / Tengo que despertarme al repicar las campanas / Son señales de oración”.

Desde aquí exigimos a los curas: ¡devuelvan las campanas!

¿Entonces Axotla ya es pura devastación? ¡No no no! Si afinas el ojo verás primores de pueblo que luchan por vivir: una cruz del tamaño de un frijol clavada a una antigua barda amarilla, ventanales de hace un siglo, viejísimas bancas azules de concreto pulido (para robarlas se necesitaría una grúa) donde los viejos platican echándose sabrosos taquitos de mixiote que compraron en el tianguis.

Una casona de tejas entre bugambilias da sombra a una fantástica Combi desvencijada, fósil de los ‘70. Y el papel picado se suspende entre cedros y robles que debieron ver al vecino famoso, Tin Tan, con su bigotito pícaro. Los papeles coloridos claman “Viva San Sebastián Mártir”. Al patrono local el pueblo lo pasea cada 20 de enero entre castillos, buñuelos y bandas de viento. Un reventón sin fin.

Camina a Hidalgo 128, sede del primoroso collage de timbres con los nombres de los habitantes del vecindario (ver foto), incluyendo Héctor Bucio, el célebre “Chato” de Axotla, que escribió orgulloso su apodo bajo su timbre. Ahora sí, el último adiós será la calle Providencia, donde vive la jefa del pueblo que en una cartulina escribió: “Mayordoma de San Sebastián Mártir informa que el ganador de la rifa del 17 de abril fue el señor Víctor Peña. Muchas felicidades y gracias a todos por su participación”. Se rumora que la mayordoma le entregó una linda licuadora.

Ve a Axotla y toca a su puerta, el próximo afortunado podrías ser tú.

Compartir: