Reloj Floral de Parque Hundido: ¡manden al relojero!

*El reloj del Parque Hundido siempre se equivoca. No hay pierde: se atrasa, adelanta o detiene; cuentan que horas después de ser reparado un duende chilango levanta la tapa oxidada del túnel que da acceso a su mecanismo (ver foto), se escabulle y lo descompone

Aníbal Santiago

Ciudad de México (CDMX).- Evita dar consejos: es común que uno se equivoque, y luego no queda más que disculparse con el infeliz aconsejado. Sin embargo, en este consejo no hay margen de error: si quieres ser puntual para ver a tu novio, entrar a una junta, buscar a tu hijo en la escuela, ir al mercado, jamás te digas “Iré hasta el Reloj Floral del Parque Hundido para saber qué hora es y llegar a tiempo”.

Mejor confía en el reloj de tu muñeca, el despertador de tu buró, la hora de tu celular. ¿Por? Porque el reloj del Parque Hundido siempre se equivoca. No hay pierde: se atrasa, adelanta o detiene. Puras fallas desde que en 1977 se inauguró: cuentan que horas después de que lo reparan un duende chilango levanta la tapa oxidada del túnel que da acceso a su mecanismo (ver foto), se escabulle y lo descompone.

Cuando el martes fui a verlo eran las 11:05 de la mañana, pero sus largas y sólidas manecillas de madera marcaban las 12:10. Como tenía que hacer un trámite importantísimo en una notaría a la 1:30 pm, por fortuna no hice caso al Reloj Floral sino a mi leal reloj de pulsera.

Si Alicia en el País de las Maravillas podía confiar en el reloj de pícara sonrisa apoyado en la repisa de la chimenea, tú no confíes en el Reloj Floral. Tú, paseante del Parque Hundido (creado en el hueco que dejó al extraer arcilla desde el siglo 19 la Compañía Ladrillera de la Nochebuena) exclusivamente visita al Reloj Floral para caminar en los fragantes senderos arbolados que conducen a él y mirar en su carátula el pasto africano, los incandescentes evónimos amarillos y a la niña en barco. Qué belleza: así, “niña en barco”, se llama la Tradescantia pallida, radiante hierba violeta que esta mañana planta, riega y poda el popular señor Ávila. Con un sombrero se protege del estallido del sol: no quiere un surco más en su cara curtida de jardinero de 80 años.

De pronto, me descubre sacando fotos al reloj.

-¿Puede regresar en hora y media, cuando acabe?-, me exige el labrador del Parque Hundido trepado en el sector entre los numerales 11 y 12, mientras su joven ayudante encaja sus botas y arranca las malas hierbas que crecieron en el área entre el 12 y el 1.

Como no le hago caso me mira enfadado (perdón, señor Ávila, tengo cosas que hacer y no puedo regresar). Pero para hallar nuevos ángulos y no importunarlo me alejo por entre las rutas prehispánicas del parque; son cinco y contienen 51 réplicas de esculturas, como el impactante Torso Descarnado que los totonacas decapitaron.

Quién sabe si José López Portillo, presidente que inauguró el reloj, pretendía que a fuerza de verlo los mexicanos fuéramos más puntuales, o que el viejo DF se pareciera a Ginebra, donde en 1955 los suizos (tan puntuales) crearon el célebre L’horloge fleurie. Lo cierto es que eligió el parque que siglos antes fue el rancho del hacendado Tomás de Nápoles para instalar el reloj que de niños veíamos gigantesco, y que de adultos -tan escasos de fantasía- sentimos insignificante (“Ay, no era tan grande como creía”, se oye decir con amargura a quienes retornan a contemplarlo). Fue tan popular que hasta los maestros de matemáticas lo usaban: “La aguja del horario del Reloj Floral tiene 2.5 metros de radio. Si la aguja del minutero tiene una longitud 100% mayor que la aguja del horario, ¿qué tanto por ciento es mayor el área del círculo que describe la aguja del minutero con relación al área que describe la aguja del horario?”. A ver, a ver,  no te hagas guaje y resuélvelo. Tienes un minuto. Tic tac, tic tac.

Ay, ¿no pudiste? Qué mal andas en matemáticas.

La compañía poblana Relojes Centenario, de Zacatlán, fabricó hace 46 años el reloj en una superficie de 78 mts2 con una carátula de 10 metros de diámetro. Gracias a los poblanos y su relojero Alberto Olvera, la Ciudad de México tiene su reloj modelo FL 1000 S, antes con muchísimas flores y hoy sin una sola. (Snif. Un reloj floral sin flores desconcierta más que un mole de olla sin elotitos). “¡Reserva de cuerda de 4 a 6 horas en caso de interrupción de energía eléctrica. Sinónimo de vanguardia en Relojería Clásica Monumental!”, se anunció con gran pompa (a las promesas se las lleva el viento).

Al paso de los años se ha modificado su diseño: en su centro tuvo una estrella vegetal con 12, 8, 6 puntas, y ahora 4. Al principio poseía un carrillón musical que daba campanadas y reproducía Cielito Lindo, México Lindo y Querido, Vals Sobre las Olas y, en diciembre, Campanas Navideñas. Tristemente, el reloj ya es mudo. Lo que sí se conserva son los cientos de lisitas piedras de río que lo acicalan. Una de esas piedras tiene en la mano el señor Ávila cuando vuelvo a interrumpirlo (estoy preparado para defenderme de un ataque).

-¿Desde cuándo no funciona, señor Ávila?

– Casi tiene un año tiene que no jala -responde enfadado-. Hay que arreglarlo, ¡alguien tiene que mandar al relojero!

Poblanos, por favor, manden al relojero.

 

 

 

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