El Parque Japonés, paraíso de quinceañeras

*No estamos en Kanazawa ni otro hermoso pueblo nipón, sino en el único parque japonés de la Ciudad de México, a tres cuadras del Metro General Anaya y la endiablada Calzada de Tlalpan

Aníbal Santiago

Ciudad de México (CDMX).- De frondoso vestido blanco, Ely, con un globo rosa en una mano en forma de 1, y otro en forma de 5, termina de posar sonriente con los números ante la cámara. La quinceañera del Parque Masayoshi Ohira escucha atenta al fotógrafo: “Recárgate en el barandal del puente como si leyeras. Mucha expresión, por favor. Te vamos a poner la iluminación y se va a ver muy bonito”.

La morena adolescente obedece. Agarra un libro azul cualquiera, y lo apoya en el soribashi, como se llaman en Japón los puentes como éste: de líneas delicadas, rojo, arqueado. No estamos en Kanazawa ni otro hermoso pueblo nipón, sino en el único parque japonés de la Ciudad de México, a tres cuadras del Metro General Anaya y la endiablada Calzada de Tlalpan con su ruidoso ambulantaje de tacos de carnitas: “pásele, páseleee”. Pero por fortuna eso es lejos, a 300 metros.

Aquí, el nihon teien (jardín japonés) de la colonia Country Club doma al tiempo y al ruido. Lo que se oye en este espacio, sobre todo, es el obturador de las cámaras de los fotógrafos de los estudios Casasola, Dirty Dance, Mobich, Jomar y otros que elaboran a las quinceañeras el book para sus celebraciones. También se oyen los pasos de los enamorados, las aves que cantan entre cipreses, imiquiles, cedros, guácimos y, desde luego, los cerezos que la Asociación México Japonesa donó al parque que festeja la hermandad entre ambos países para que se pintaran de rosa su aire y sus senderos marcados por arbusto rozagantes.

El agua que cruzan los puentes soribashi es de un brillante y precioso limo verde, pero ni soñemos que es gracias a una intención estética; la Alcaldía Coyoacán no hace nada por renovar el agua estancada que adquiere ese tono en el parque que el gobierno ha ido abandonando. No así su gente. Los pobladores del sur de la capital del país visitan el jardín para hacer picnics familiares en los montículos de tierra que las raíces de los árboles han creado, para besarse en las bancas y caminar entre las linternas de piedra (tōrō) y los enromes torii rojos con dintel negro: las puertas con que en Japón se ingresa a los santuarios sintoístas tras una reverencia inclinando el torso. Aquí nadie hace eso, pero al amor sí se lo honra. Una estructura está llena de candados que al cerrarse sirven para que las parejas vuelvan eterna su unión. Acerquémonos para ver qué dice cada uno: “Eduardo y Sherlyn, this love is forever”. “Jazmín y Marco”, “Pepe, te amo. Aquí se une nuestra vida”. La llave se arroja al agua: a partir de ese instante el amor es invulnerable.

El Parque Japonés existe desde el 14 de febrero de 1942, cuando en ese remoto Día del Amor y la Amistad se fundó junto con la colonia. Su soberana era una hermosa pagoda de madera de tres pisos a la que en 1974, “unos vándalos”, juran sus vecinos, le prendieron fuego. De los años mozos del jardín solo queda la memoria de los viejos que sacan a pasear a sus perritos y varias películas que usaron estos jardines como set fílmico porque a los aledaños Estudios Churubusco les quedaba de volada en caso de requerir escenarios campestres. Si alguien se anima a ver “El Señor Fotógrafo” de Cantinflas (1953) y “¡A toda máquina!” de Tin Tan (1951), sabrá cómo era el Parque Japonés de entonces.

Al fondo, en las canchas de basquetbol, chicas y chicos vestidos de negro gritan, se mueven enérgicos y sudan. Son practicantes de wushu, arte marcial chino del que los nipones han dado muchos monarcas mundiales, como el célebre Tomohiro Araya. “¡Puños, paso izquierdo!”, grita el profesor al enseñar las rutinas Tanglanquan o Chuojiao. Sus discípulos ejecutan coreografías impecables.

El Parque Masayoshi Ohira, antes conocido como “Parque de la Pagoda”, se llama como el primer ministro de Japón que el presidente José López Portillo recibió en mayo de 1980. ¿Pura amistad? Más o menos: “Tenía mucho que agradecer a Japón: 29 bancos japoneses apoyaron al gobierno mexicano otorgando 16 mil 118 millones de dólares en créditos para mitigar la crisis de la deuda externa”, precisa el portal México Desconocido.

Al menos, de nuestro vergonzoso manejo económico algo bueno quedó a la ciudad: el sigiloso parque con estanques, puentes y puertas sagradas que las quinceañeras colorean con sus vestidos mamey, rosa, blanco y celeste que sus crinolinas esponjan. Dulces, simpáticas y graciosas alzan sus cetros dorados, elevan con sus guantes brillantes los ramos de flores plásticas, caminan con sus zapatillas de cristal, filtran sus miradas profundas tras sus velos, lucen sus cabezas con coronas de princesas medievales.

Y ahora volvemos a Ely, la quinceañera que hace como que lee. Ayudada por su escrupulosa madre y un chambelán, posa según las órdenes del fotógrafo: “Siéntate sobre el puente. Lees agarrando el libro con una mano y a la otra mano la llevas al cielo, en un gesto de felicidad total”. Ely lo mira extrañada, pero hace caso. Órdenes aún más absurdas ha oído en su vida. Además, hoy está feliz su corazón.

 

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