CDMX: Secretos de La Calle Misteriosa

*El falso pozo, ubicado en la colonia Del Valle, es de tal sencillez y belleza que la gente lo usa para sentarse y leer, besarse, comer una pizza, echarse un café o ver a los coches pasar, como si deveras estuvieses en la época de la Colonia y quisieras ver carruajes

Aníbal Santiago

Ciudad de México (CDMX).- Cuentan que los pequeños alumnos de una guardería cercana, Goratony, cuando iban o venían de clase agarrados de sus padres le llamaban a este lugar “La Calle Misteriosa”. Pedían algo tan simple como “vamos por La Calle Misteriosa, ma”, y en compañía de su madre ingresaban a estas dos cuadras con atmósfera de antiguo relato europeo con la rarísima forma de dos 0. Sí, de dos ceros estirados, cuyas bocas son dos larguísimos parques lineales.

Para que te sientas personaje de los Chanclos de la Suerte o cualquier otro antiguo cuento de Andersen, la calle misteriosa (en realidad se llama Martín Mendalde) tiene en su entrada una especie de pozo antiguo con un arco de piedra de 83 años de historia que en unos mosaicos azules y blancos de tiempos de tu bisabuela dice “Jardín Colonial”. En realidad, no es un pozo porque la estructura está tapada y es imposible sacar agua. Y tampoco es un jardín colonial porque en la época de los virreyes esta área que hoy es la colonia Del Valle era, esencialmente, campo. Sin embargo, en 1939 sus dueños fragmentaron el terreno para venderlo como “Jardín Colonial”. Se tomaban en serio ese nombre, tanto así que en la publicidad de los periódicos convencían a la gente con este “marketing”: “Construya su casa en el sitio escogido por los conquistadores. Nadie se atreve a discutir el ingenio de los bravos hombres de la Conquista para trazar caminos, localizar ciudades y construir edificios. Ellos decían: las ciudades deben construirse hacia el sur”.

La misión de sus propietarios era hacer dinero, y lo perseguían tentando a las familias de instalarse en el sur del Distrito Federal, en una época en donde la gente prefería vivir hacia el Centro Histórico porque ahí se concentraba la vida económica y cultural.

El falso pozo es de tal sencillez y belleza que la gente lo usa para sentarse y leer, besarse, comer una pizza, echarse un café o ver a los coches pasar, como si deveras estuvieses en la época de la Colonia y quisieras ver carruajes. En ese escenario insólito te acompañarán dos dulces gatitos negros pintados en su base rocosa.

Este texto podría ser un tratado de botánica porque el parque lineal tiene cientos o quizá miles de ejemplares vegetales. Desde flores que parecen tener un foco integrado, como la Lantana de color naranja, o la desguanzada Brugmansia suaveolens (más conocida como floripondio). Los árboles -tupelos, papayillos de venado, guácimos- son fornidos, altísimos y retorcidos, y si ahí no viven duendes procedentes de Irlanda es un verdadero milagro.

Con esmero, los vecinos protegen el jardín colectivo. Lo podan, limpian, ponen macetas a algunas plantas y de los troncos cuelgan bebederos de colores para que los gorriones o colibrís de pico ancho pasen a tomar agua en sus agotadoras travesías por los grises y áridos Eje 6 Ángel Urraza o División del Norte. Sin embargo, tanta delicadeza sufre la protesta de unos árboles titánicos, los Ficus elastica (gomeros o hules) que su ancianidad portentosa la ostentan con el crecimiento de sus raíces: brotan del subsuelo como brazos de gigantes, despedazan el pavimento y dejan botados por todas partes sus escombros, como si quisieran escapar del fondo de la tierra.

¿Y por qué esta calle tiene forma de dos óvalos? Porque en 1929 este suelo -que antes fue la Hacienda de San Borja y tierra de los marqueses de Selva Nevada- se convirtió en el Galgódromo de la Ciudad de México. Si pagabas dos pesitos te sentabas en la tribuna, se encendían las lámparas de aceite y veías a montones de perros competir en una de las ocho carreras que se disputaban cinco días a la semana. Por supuesto, si eras apostador empedernido podías volverte millonario o bien llevar a la miseria a tu familia (lo más probable). Los canes perseguían una liebre de cartón y piel de nutria que, pese a batir a casi 80 kms/h sus raudas patas, jamás alcanzaban.

El 14 de diciembre 1931 el galgódromo sufrió un incendió; se rumora que fue deliberado, quizá para cobrar un seguro, negocio más jugoso que seguir invirtiendo en la pista de este deporte de aristocráticos señores de levita y mujeres con primorosos sombreros Eugenia.

Vuelto cenizas, dio paso al Fraccionamiento Jardín Colonial del que aún hay vestigios. Sobreviven casas octogenarias con herrajes, minúsculas ventanitas de rosetón, escalinatas, bardas de macetas de barro y esculturas de la Virgen morena.

Si te cansaste de caminar las dos cuadras de Martín Mendalde, haz una pausa y ve a la esquina con Matías Romero. En un triciclo rojiblanco un moreno joven de mandil blanco sirve unos deliciosos taquitos de birria y cabeza, y de regalo te da un consomé. “¿Con cilantro y cebolla?”. “Sí, por favor”. Le das sorbitos al caldo humeante mientras sigues mirando La Calle Misteriosa.

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