Alejandrino, volar sin alas

*Alejandrino García Méndez inició la escuela de niños Voladores de Papantla; y tras un accidente que lo dejó en silla de ruedas, perdió sus alas pero no sus ganas de volar.

Édgar Escamilla

Papantla, Ver.- El sueño de Alejandrino siempre fue volar, tal como lo hacía su padre. Inició danzando a ras de suelo con Los Negritos y Santiagueros. Sus alas lo llevaron a visitar países europeos y asiáticos.

No contento, decidió transmitir sus conocimientos a las nuevas generaciones y fundó la escuela de niños voladores; pero un accidente en 2003 le arrebató sus alas pero no sus deseos de seguir surcando el cielo y trascender en el tiempo.

Plasmó la tradición oral de sus antepasados en un libro; muchas personas de varias naciones lo han visitado, inclusive el multipremiado actor Jackie Chan. La fama no le ha redituado en nada y actualmente se sustenta de la venta de artesanías en la zona arqueológica El Tajín.

Alejandrino García Méndez es oriundo de la comunidad El Chote, municipio de Coatzintla. Nació el 9 de febrero 1957 y tiene cinco hijos, tres hombres y dos mujeres, los cuales le han dado nueve nietos.

Recuerda haber vivido una grata infancia lejos de la tecnología. Su madre, Agustina Méndez Morales nació en la comunidad de Tajín, cerca de la zona arqueológica, y su padre, Anacleto García de la Cruz, en Ojital Viejo, ambas de Papantla.

La luz de las luciérnagas y candiles de combustóleo alumbraron las noches de su infancia. Mientras se bañaban en el temazcal, su padre solía contarle historias; “después de la cena salíamos a platicar, nos platicaba de las estrellas…”

No había zapatos para ellos, económicamente estaban muy bajos, pero eso no impedía que estuvieran bien nutridos. Consumían verduras, quelites, camotes, frijoles, hongos, mesis; los productos que podían cosechar en el campo.

Todas las mañanas antes de salir a trabajar, religiosamente se coloca frente al altar que se encuentra en la sala de su casa y da gracias por el nuevo día. Después, no puede faltar un café de olla.

Su padre fue danzante. Un día le preguntó si quería seguir sus pasos y dijo que sí. Inició con la danza de Los Negritos y comenzó a escalar desde cero hasta llegar a caporal. Cuando se desintegra el grupo pasa a formar parte de Los Santiagueros. Recuerda haber tenido buenos mentores, de esos que nunca olvidas.

A los 14 años inició a danzar como Volador. “En ese entonces prepararon un alzaprima en La Grandeza, cuando llegué a la parte de arriba me sentí contento: ya escalé hasta donde quería estar”. Años después formó su propio grupo de voladores.

Ya había alcanzado el cielo y bailaba a los cuatro puntos cardinales, pero en 2003, ya con 47 años, al estar preparando un árbol para hacer la presentación sufrió un accidente que lo dejó de por vida dependiendo de una silla de ruedas para movilizarse.

“Me quedé en silla de ruedas pero mi vida no se ha truncado, mi vida ha seguido. Doy gracias a Dios que estoy viendo a mi familia, él no quizo que me fuera y pues a trabajar se ha dicho, ahora estoy disfrutando a mis nietos, convivo con ellos y ahora mis hijos también son Voladores”

Aprendió a realizar artesanías, oficio heredado de su padre, quien durante el jornal tomaban un tiempo para hacer figuras de vainilla y que la hiciera mejor dejaba de trabajar y en su lugar lo hacía quien no podía completarla bien.

La escuela de niños Voladores

Alejandrino fue pionero en la región. No temía al reemplazo de las nuevas generaciones y siempre ha creído en la importancia de transmitir los conocimientos. “Me nació porque yo aprendí de niño, vi lo que mi padre hacía, me agradó y lo hice”, recuerda.

Se acercó a los maestros de la escuela Venustiano Carranza de El Chote, convocando a los niños a formar la escuela de niños Voladores. Los padres estuvieron de acuerdo e iniciaron con la danza de Los Negritos, mandó a grabar los sones y sacó la primera generación de niños danzantes; después integró la primera generación de niños voladores.

En el lugar que le prestaron para vivir, don Tito Huerta Pérez, le permitió utilizar uno de los árboles para danzar. Con ayuda de los padres lo derramaron y prepararon para que los niños pudieran practicar. Así sacó adelante la primera generación, pero al concluir su educación primaria, muchos ya no pudieron continuar y dio paso a la segunda generación.

Ya en la tercera generación entraron sus hijos, Eusebio y Santiago. “Iba por la cuarta generación en la que estarían mis nietos, pero tuve el accidente”; sin embargo, su hijo mayor, Eusebio, continuó su labor y actualmente es el caporal del grupo.

No cualquiera puede ser maestro. Alejandrino considera que un maestro no es solo aquel que toca bien la flauta, sino que debe tener mucha paciencia con los niños, educarlos como si fueran sus hijos, debe respetarlos.

“Los niños son inquietos, distraídos, pero no quiere decir que se les va a regañar por todo, hay que corregirlos no con regaños, sino con respeto; entonces, el niño te toma aprecio, pide consejos, llevará un buen ejemplo de trabajo”.

El accidente lo obligó a meditar respecto a su situación, de qué iba a vivir. El recuerdo de su padre llegó a su mente. Comenzó primero a realizar artesanías y después incursionó en la literatura, al plasmar la tradición oral que le transmitió su padre a un libro: “Amanecer es totonaca”, en coautoría con Ramón Rosas Caro.

Entre las múltiples personalidades que lo han visitado, se encuentra el actor y cineasta Jackie Chan, quien un día, en época de lluvias, intentó volar en el árbol que está en El Chote, pero vio el árbol y dijo que estaba muy chico, que era para niños. “Yo he escalado a grandes alturas”, recuerda que le refirió el actor, “pero les expliqué que mientras más bajo va a mayor velocidad, entre 160 y 170 kilómetros por hora, pero lo subestimó”.

Al momento de comenzar a girar y descender, Chan llevaba una cámara con él, se la puso enfrente, acostumbrado a rodar películas de acción, pero la velocidad hizo que perdiera el control y la cámara se le fuera a la espalda. Bajó y se dio una vuelta arrastrándose sobre el lodo; llegó gente se su equipo a auxiliarlo y se lo llevaron a la casa, llegando le dio un mareo muy fuerte y se acostó, minutos después se acercó a ofrecer una disculpa por sus palabras, entendió que había faltado a la danza.

Así como Chan, lo han visitado personajes de todas partes del mundo; canadienses, chinos, franceses y alemanes. La mas reciente visita fue de Carlos Rulfo, hijo del escritor Juan Rulfo. Pero también sus alas lo han llevado a países como Estados Unidos, Francia, Singapur y Alemania.

“Le debo mucho a mis padres que me dieron un conocimiento cultural. El día que deje esta vida me iré con gusto, contento, porque estoy dejando algo, un buen trabajo con mis hijos y nietos, demostrando que se puede salir adelante sin importar las circunstancias”, finaliza Alejandrino, el volador que perdió sus alas pero no sus ganas de volar.

Compartir: