Cholula, la celosa milenaria

Álvaro Ramírez Velasco

San Pedro Cholula, Puebla.- “Cholulita la bella”, la que busca con ese pretencioso pero preciso mote diferenciarse de sus otras parientes, San Andrés y Santa Isabel, las dos también con el mismo apellido.

Ella es una celosa milenaria, que le esconde sus secretos -el girar de su vida íntima- a los turistas, pero que se enorgullece de sus costumbres y de sus herencias indígena y colonial.

Para el forastero, es la cuna de una civilización originaria, de antes de los españoles, quienes intentaron literalmente sepultar su pasado.

Aquella que comparte con San Andrés la pirámide de Tlachihualtépetl, la más grande del mundo en su perímetro -en la única ciudad prehispánica viva en toda Latinoamérica-, que está enterrada en lo que hoy es un cerro que corona el Santuario de la Virgen de los Remedios.

Manos europeas la cubrieron de tierra con intenciones envidiosas.

Esta Cholula Sagrada, “la Roma del Valle del Anáhuac”, de los 12 siglos antes de Cristo, se deja ver apenas en destellos de su señorío rancio para los visitantes.

Se muestra en sus portales, con restaurantes y bares de trova, que no se deja empañar en su brillo por los antros de música punchis-puchis.

Es la provinciana paciente, en la que pasean las familias los domingos, en su plaza principal, frente a su Convento Franciscano de San Gabriel Arcángel, que tiene todavía intactos sus dos templos:

El gótico y plateresco, que fue para los españoles, y el austero, estilo mudéjar, sin ningún adorno del arte colonial, que fue para los “naturales”, los indígenas que servían a los peninsulares y sus descendientes mestizos, con sumisión de esclavos.

Pero no solamente es hoy la Cholula de la sidra, que se trae de su vecino Huejotzingo, y de las artesanías.

Detrás de esa cierta superficialidad del rostro del Pueblo Mágico, esconde su verdadero hechizo, el de sus ancestrales tradiciones sincréticas, del pasado original y de las costumbres que dejó la ocupación desde Europa.

Es también el San Pedro de profundidad religiosa, el que, para abrir sus entrañas y ejercer sus tradiciones, repulsa al intruso.

La Cholula que no ven los ojos extraños es aquella a la que le gira la vida en sus 10 barrios y sus tres circulares. En ello convergen la Cholula antigua y la moderna.

Cada barrio y cada circular tienen un mayordomo. Los 10 barrios son los originales de la fundación.

Las circulares son las mayordomías más importantes y encabezarlas es considerado la cúspide en la carrera laica.

Están la de San Pedro Apóstol, que es la parroquia; la Virgen de los Remedios, de la pirámide, y la Virgen de Guadalupe, que está en la capilla de los “naturales”, junto al Convento.

En esa Cholula celosa y mítica, ser mayordomo de un barrio representa en sí un gran prestigio. Pero serlo de una circular tiene sabor culminante, porque “todos los barrios se doblan a las circulares”.

A los mayordomos de las circulares se les llama Tiachcas y quien logra serlo de las tres es Tiachca de Tiachcas.

En el San Pedro de hoy, en la conurbación con la capital poblana, aquel que quiera llegar a la presidencia municipal debe tener como requisito indispensable de su lado a los barrios.

Y por eso Cholulita la bella es “la Roma de Anáhuac”, porque fue y es un centro netamente religioso.

Su fiesta del 8 de septiembre data de la época prehispánica, cuando había toda una gran peregrinación del Valle del Anáhuac, el de las primeras civilizaciones.

Esta es la Cholula del tiempo detenido, la Sagrada, que avanza con sus tradiciones, con sus fiestas del pulque, como la Tlahuanca, la de sus celos, de su brillo, de su señorío colonial.

La que se deja ver y chulear y la otra, que pocos ojos ajenos pueden ver.

 

 

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