La Huaca, olor y color de los jarochos

Sobrevive en 85 fachadas de casitas multicolores distribuidas en ocho manzanas y 28 patios de vecindad después de 300 años de haber sido levantado por esclavos africano


Por Víctor M. Toriz

Veracruz, Ver.- Los primeros rayos de sol que se filtran entre las palmeras van revelando el rojo quemado de las tejas Marsellesa que forman el techo de las casitas de madera.

En los muros las siluetas de Agustín Lara y Toña la Negra se erigen en dos estatuas que rinden homenaje a estos personajes; el primero recorrió las callejuelas y patios de vecindad en medio de noches bohemias que tomó de inspiración para escribir sus poemas hechos canción; ella llevó su voz desde este barrio hasta los altavoces de todos los aparatos radiofónicos del país en la Época de Oro.

El Barrio de la Huaca despierta en medio del bullicio de la urbanidad que lo rodea, pero resguardando un pedacito del Veracruz de antaño formado por una amalgama de diversas razas y culturas que ahora son una sola.

Sobrevive en 85 fachadas de casitas multicolores distribuidas en ocho manzanas y 28 patios de vecindad después de 300 años de haber sido levantado por esclavos africanos liberados del yugo opresor que los obligó a construir la antigua muralla que rodeaba la ciudad de Veracruz.

Foto: Luis Amaya

La Huaca fue fundada justamente extramuros, como un sitio en donde tenían cabida los marginados, pescadores, cargadores del puerto, prostitutas, inmigrantes desfavorecidos, militares desertores, indígenas y todo aquel que no formaba parte de la aristocracia del siglo XVII o que tampoco le era útil a esa élite.

A lo lejos de la muralla se distinguían esas casas de madera, era entonces descrita por los viajeros como la Ciudad de Tablas, y lo sigue siendo, pero ahora atrapada en medio de la mancha urbana, sobrevive en el último perímetro del centro histórico.

Noemí Palomino, con 60 años de edad ha vivido completamente para resguardar y promover el valor del lugar donde nació, nacieron sus padres, abuelos y abuelos de sus abuelos.

Maestra jubilada recibe a los visitantes para ofrecer recorridos guiados con el único placer de contar lo que es el barrio más tradicional del puerto de Veracruz.

Foto: Luis Amaya

La versión que cuenta sobre el nombre son dos: La primera dice que antes de ser pensado como un sitio para habitar albergaba un pequeño cementerio de inmigrantes peruanos, que en su lengua natal, el Quechu, llamaban huaca al lugar, nombre que sin temor fue recogido por los negros fundadores de la Ciudad de Tablas.

La segunda versión del origen del nombre Barrio de la Huaca viene de un vocablo jarocho adoptado en todo México, pues era el sitio en el que soldados y marinos devolvían el estomago después de largas farras, “es decir, lo usaban para huacarear”.

Cualquiera de los dos orígenes de la palabra que da nombre al barrio fueron rebasados por los años, afirma Noemí Palomino al señalar las casas que en 300 años han sufrido apenas cambios imperceptibles para permitir que se mantengan en pie.

Algunas tablas tuvieron que ser cambiadas por el desgaste del paso del tiempo, pero son las menos, la mayoría, aquellas que fueron tomadas de las embarcaciones antiguas eran tan fuerte que siguen siendo parte de los muros.

Las tejas Marsellesas traídas desde Francia conservan los sellos de las fábricas que las elaboraron, se sostienen sobre los techos únicamente sujetas entre sí, una con la cara hacia arriba y otra con la cara hacia abajo, en perfecta secuencia.

Longevas casas de madera

Uno de sus patios, La Favorita, es de los más longevos de América Continental, según el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), las leyes federales resguardan que no exista ninguna modificación a las construcciones, lo que a la vez es un reconocimiento de la riqueza arquitectónica que aquí se alberga.

Las casas de madera de pinote americano y tablones de antiguos galeones que quedaban en desuso en el puerto, y los techos de tejas rojas son las mismas de hace 300 años. Están formadas de dos piezas en el primer piso, una sala de estar, cocina y comedor y cortinas que cubren una puerta que da a la recámara.

Un techo raso de madera es el piso de otra recámara a la que se sube por una escalera desplegable, sujetada por bisagras.

Una puerta al fondo de la cocina lleva al patio, con un paso se deja atrás este mundo y se accede a un lugar atrapado en el tiempo.

Pisos irregulares de adoquín y una fila larga de lavaderos con una pileta al fondo, los baños se comparten cada dos o tres casas, uno con el inodoro y el otro solo con la ducha.

Foto: Luis Amaya

Maderas decoran la otra fachada de las casitas que en forma de escuadra comparten el mismo patio en donde no solo se lava ropa, sino que a la vez sirve para oír a los niños correr por las tardes y por las noches compartir unos tragos hasta formar fiestas improvisadas, a veces hasta convertirse en fandangos, otras en largas horas perdidas en juegos de azar.

Es un sitio que guarda las riquezas del Veracruz antiguo, pero no sólo en sus edificios viejos o su arquitectura de antaño, sino en su propia gente que mantienen vivas las costumbres, tradiciones y culturas en algo cotidiano que es diferenciado solo por los visitantes.

El son jarocho, el son montuno, el danzón y los boletos son música que se escucha durante todo el día cuando uno camina en medio de la ciudad de tablas.

El olor a picadas y gordas, elaboradas de masa de maíz con salsas molidas en molcajetes, se mezcla con el aroma a café tostado y llama a un desayuno veracruzano en cada casa.

Al medio día el menú es variado, la gastronomía regional se puede encontrar lo mismo en cualquier restaurante de la zona que en alguna de las casas en donde es común que los extraños sean invitados, para esa hora el calor es intenso y la luz del sol se refracta en los vitroleros con aguas frescas de horchata recién molida y jamaica fresca.

Aquí también se aprende el idioma jarocho con sus modismos y mezclas del castellano con vocablos africanos, se puede conocer a miembros de la realeza del Carnaval de Veracruz, lo mismo que a los bailarines que por 70 años han sido parte de esa fiesta.

El Barrio de la Huaca, el más tradicional de Veracruz, en donde su patrimonio es tangible en cada una de las casitas de colores que se sostienen en el imponente Veracruz de edificios altos de concreto e intangible como la vida misma de todos los habitantes y sus antepasados.

 

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