La Marsellesa: De Gaulle entre polvo y hierbas

Aníbal Santiago

Ciudad de México (CDMX).- Más que una escultura tiene la facha de una antigua lápida cubierta por maleza, a cuyo difunto nadie le lleva flores, ni le sacude el polvo y menos aún le llora. Se llama La Marsellesa, como el himno más célebre y conmovedor del mundo, pero ni eso evita que a la escena de piedra en la Unidad Independencia la oculten lechuguillas, llora sangre, morales rojos, clavelillos: los hierbajos mugrosos del abandono.

Y sí, esto no es un sepulcro sino una escultura, aunque en realidad son lo mismo: recuerdan a un muerto. En este caso, Charles de Gaulle, un muerto inmenso. Por su altura, casi dos metros, pero sobre todo porque este general luchó contra Hitler y la invasión con que los nazis aterrorizaron desde 1940 a su país, Francia.

¿Por qué un bajorrelieve en homenaje a De Gaulle en pleno San Jerónimo, junto al Periférico y sus destartalados peseros rumbo a Chalco que descargan al aire partículas que raspan las entrañas?

Ahí les va. De haber estado en esta Plaza Cívica del complejo del IMSS el 17 de marzo de 1964, con tu cabeza frita por el sol del mediodía hubieras visto al militar más famoso del planeta alzar la mano para saludar a multitudes de mexican@s -jóvenes, niñas, viejos- miles que le gritaban sonrientes y amenazaban apachurrarlo de la emoción. Ya de 73 años, el presidente de Francia que había vencido al dictador alemán del bigotito, el mismo que había ejecutado un holocausto con seis millones de judíos asesinados, visitaba al México de Adolfo López Mateos.

La muchedumbre lo recibió con pasión y hasta briznas de deseo: las grabaciones del francés Institut national de l’audiovisuel muestran mujeres anhelantes (https://www.youtube.com/watch?v=cFtbAdiBz5o). Alteradas, agitadas, aguardaban la llegada del hombrón de 73 años como si fuera Elvis Presley. Querían tocarlo, verlo, gritarle.

Aquí, entre estos edificios de ladrillo rojo y callejones arbolados con laureles, nogales, lapachos, confundido entre el gentío de miles y miles había un chico de 17 años: Rubén Ballinas. Hijo de obrera textil, vivía en un flamante departamento de esta unidad habitacional con ella, su abuela y esposo, así como dos hermanitos menores –los seis en 90 mts2-, Raúl y Jorge, a quienes ese martes de hace seis décadas tomó de la mano para observar al militar galo en la Plaza Cívica. “En cuanto llegó, la Orquesta Sinfónica del IMSS interpretó música mexicana. Esto estaba saturado. Se repartieron banderitas mexicanas y francesas y todo mundo las agitaba”, recuerda.

-¿Cómo era De Gaulle?

-Altísimo, impresionaba. Una figura de la historia, un héroe de la guerra. La gente se conmovía al verlo y él también. Nos veía como diciendo: “¡qué congregación! Yo creo que solo había visto tanta gente el día de la liberación de París (la expulsión de los nazis el 19 de agosto de 1944)”.

Una duda acecha: por qué una efigie viva visitó la proletaria Unidad Independencia. Porque representaba a un país de vanguardia. Recibir a De Gaulle era decir al mundo “Esto es México”, explica Rubén en el mismo lugar donde el francés presenció sentado la michoacana Danza de los Moros. En realidad, De Gaulle fue quizá el visitante más famoso, pero hubo otros: el presidente estadounidense John F. Kennedy, la Reina Juliana de Países Bajos, el príncipe Akihito, la primera ministra Indira Gandhi.

El presidente López Mateos, por años vecino del rumbo –habitó una residencia en Avenida San Jerónimo 217- sabía que sus vecinos de los pueblos Tizapán y Progreso, trabajadores de las fábricas textiles La Alpina y La Hormiga, sufrían el hacinamiento y la pobreza: no tenían ni agua, a la que acarreaban en cubetas.

Para entonces, una idea se extendía en el mundo: las clases bajas debían vivir en ambientes que propagaran la alegría. Con esa misión el arquitecto francés Le Corbusier había publicado en 1933 las Cartas de Atenas. Las viviendas para las masas merecían transformarse, experimentar una revolución. Basta de callejones oscuros de fango y peligro; bienvenidas las luminarias pero también la luz solar, los jardines, los caminos adoquinados, los juegos infantiles, los teatros, las plazas, las albercas, los gimnasios y hasta los expendios de pan calentito. Con la intervención de López Mateos, todo eso se construyó en los años 50 en las 34 hectáreas de la Unidad Independencia en beneficio de unas 4 mil familias dedicadas al trabajo fabril. Pero decir adiós a la miseria no fue fácil. “Dentro de los departamentos la gente seguía cocinando con carbón pese a tener gas. Y como jamás habían visto un escusado y lo notaron con agua, los usaron de macetas”, cuenta Rubén, habitante de la unidad desde hace 64 años.

Para que el presidente francés entre 1959 y 1969 no viera los desfiguros propios del barrio mexicano, días antes de su arribo las autoridades del IMSS rogaron a los vecinos retirar la ropa tendida en sus balcones y abstenerse de bajar a ver al anciano junto a sus mascotas.

Se instaló un arreglo floral que decía “Bienvenido, Sr presidente de Francia”, de un edificio administrativo del IMSS se descolgaron dos pendones gigantes con las imágenes de los mandatarios de México y la nación europea, se soltaron globos hacia el cielo del sur de la Ciudad de México, los marimberos hicieron sonar sus instrumentos, acudieron gremios uniformados como el de las enfermeras, con sus cofias y de impecable blanco.

Achicharrada su calva por el sol primaveral, protegido por una valla humana de hombres trajeados entrelazando sus brazos y observado por gente trepada en las bardas, el general caminó entre los edificios con murales prehispánicos. Fue ovacionado frente a las columnas de Quetzalcóatl y la Fuente de Tláloc, hace 60 años con abundante agua cristalina y ahora con un escuálido chorro que forma una triste alberquita donde nadan vasos de unicel, bolsas de Takis, latas de corona y un rico catálogo de basura chilanga.

Después de una hora y media, De Gaulle firmó el libro de visitas, abordó un lujoso automóvil convertible y se fue. ¿Qué quedó de aquel día en la Unidad Independencia? Si acaso algunos recuerdos y una escultura a la que nadie presta atención. El escultor poblano Ernesto Tamariz cinceló La Marsellesa, réplica de La Marseillaise del artista François Rude que se encuentra en el Arco del Triunfo: los siete personajes tridimensionales que emergen de la piedra son el pueblo saliendo a luchar contra el absolutismo.

Aunque hoy oculto por matorrales silvestres y polvorientos, del bajorrelieve aún puedes leer una placa: “Charles de Gaulle, presidente de Francia, visitó esta unidad el 17 de marzo de 1964”.

Seis años después de aquel día, el general murió. Se llevó a la tumba el recuerdo de una unidad habitacional mexicana que lo recibió como un salvador de su país, y del mundo.

 

 

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