La Catedral de Puebla: el Aleph novohispano

Anselmo Betancourt

Puebla, Pue.- Quien entra a la Catedral de Puebla entra al corazón de la época novohispana, pues la Catedral es más que una iglesia, más que un museo, más que un inmueble: es el espíritu de una época, el aliento y la energía de todo aquello que nos empezaba a dar forma como mexicanos.

Ver sus canceles, sus puertas imperiales, los mármoles, las cinco naves por las que está conformada, las capillas, las esculturas, la orfebrería, todas las piezas de carpintería, en fin, cada vestigio, cada rincón interior son el Aleph del que hablaba Jorge Luis Borges: ahí está concentrado el mundo novohispano.

Fue un 18 de noviembre de 1575 cuando se puso la primera piedra de la Catedral de Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción, conocida simplemente como Catedral de Puebla, un bien inmueble declarado Patrimonio de la Humanidad en 1987.

Como todas las edificaciones de esa envergadura, su construcción sufrió diversas interrupciones en varios periodos y fue con la decidida gestión del obispo Juan de Palafox y Mendoza que se pudo concluir en 1649, incluso antes que la Catedral Metropolitana (1653).

Se cuenta que fueron ángeles quienes subieron una de las diez campanas que tiene la Catedral de Puebla, la más grande, la que pesa más de ocho toneladas y, más allá de las leyendas, cualquiera pensaría que fue cierto en una época sin montacargas ni grúas.

Sin embargo, cada piedra, cada labor realizada fue un prodigio de técnica y trabajo ejecutado por un sinnúmero de arquitectos y trabajadores a lo largo de casi 75 años. Se debe conceder que, en una época y en una ciudad llena de fe, y en una edificación que está colocada exactamente en la misma perspectiva cardinal que la Iglesia de San Pedro en Roma, alguna visita celeste tampoco debió haber sido improbable.

Ya para cuando Palafox y Mendoza, a través de una cédula real del 19 de enero de 1640 se ordenaba que se terminasen y concluyesen las obras de la Catedral, estaban en labores alrededor de mil 500 hombres, y aunque el 18 de abril de 1649, sin haber sido totalmente terminada, es tomado como el día de su Declaración, muchos años después continuaron su construcción y adecuaciones. En ella se pueden ver varios estilos, incluso no solo se habla de Barroco, sino algunas partes de su construcción se consideran todavía Renacentistas.

Otra de las grandes reliquias -además de los archivos, joyería y piezas de arte novohispano- de la catedral poblana son los órganos: dos de ellos datan del siglo XVIII, el primero de 1719 y el segundo de 1737; el tercer órgano es uno ya electro-neumático de tres mil 376 tubos e inaugurado en 1973.

Detenerse en cada una de las capillas, altares, atrios, cúpulas, salas, portales, relieves, torres o fachadas de la Catedral es detenerse en casi cuatro siglos de historia, en el paso del tiempo de miles de vidas, en el espíritu novohispano más profundo.

Bien visto, cuando un visitante camina por el centro histórico de Puebla camina por las arterias de un ser vivo maravilloso, majestuoso, pero al llegar a la Catedral, llega al corazón de él, siente sus latidos, escucha la respiración de una ciudad, puede sentir sus latidos y, si ese visitante es sensible y pone atención, la Catedral puede hablarle, decirle algo que no va a escuchar en otro lado de la ciudad, y quizá en ningún otro lado.

 

 

 

 

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