*La novela es una suerte de balance humano entre la infancia y la madurez, lo puro y lo pedestre, entre la realidad y la imaginación.
Rodolfo Mendoza
Como los cuatro pilares de una habitación, las figuras de Amos Oz, Abraham Yehoshúa, Etgar Keret y David Grossman son los puntales sobre los cuales descansa la literatura hebrea de la segunda mitad de siglo XX y principios del XXI. La obra de todos ellos es necesaria para entender la vida del medio oriente y comprender el sentido del judaísmo, la guerra y el mundo hebreo en general.
Keret es el más joven de ellos, y el mejor cuentista breve. Con Amos Oz la literatura escrita en Israel conoció a uno de sus mejores exponentes y quien lea Historia de amor y oscuridad podrá acercarse a una de las obras monumentales de las letras contemporáneas. Yehoshúa es, quizá, el más ortodoxo de todos ellos: historias más costumbristas, reales y naturales de una sociedad a la que las historias le brotan desde el libro de Génesis. Y junto a esos tres, como una mezcla de todos ellos, a la manera del que resume y concentra, David Grossman, corresponsal de guerra, actor, locutor de radio y, principalmente, activista y escritor.
En agosto de 2006, tres de esos cuatro pilares (Oz, Yehoshúa y Grossman) dieron una rueda de prensa para pedirle al gobierno que iniciara el cese al fuego durante la guerra del Líbano. Como una suerte de respuesta del destino y de los designios de Dios a los dos días de ese valiente acto, un sargento de la unidad de tanques moría; se trataba de Uri Grossman, hijo de nuestro autor. A partir de ese momento, la labor del también autor de La sonrisa del cordero no ha parado su lucha contra la guerra y la violencia en el estado de Israel. No ha cesado su labor ni como activista ni como escritor. Vertidas al español se encuentran seis de sus novelas y tres de sus libros de ensayos.
El libro de la gramática interna de David Grossman narra la vida de Aharon Kleinfeld, un niño con una imaginación portentosa, relativamente proporcional a la negación de su cuerpo por crecer y madurar. Aharon descubre que existe una suerte de gramática interna, propia, que nadie más reconoce. Su sexualidad, sus deseos, su visión del mundo son absolutamente particulares e íntimas. La novela es una suerte de balance humano entre la infancia y la madurez, lo puro y lo pedestre, entre la realidad y la imaginación. Aharon es el epíteto superlativo de todos aquellos que encontramos en la imaginación la única manera de sobrevivir al mundo y su áspera realidad.