Los raspados del Paseo del Malecón

*Una hilera de triciclos sobre el malecón del puerto de Veracruz ofertan toda una variedad de sabores refrescantes, desde grosella, fresa, mango, hasta nanche, guanábana y guayaba; una tradición de propios y extraños

Ángel Cortés Romero

Veracruz, Ver.- Un aroma frutal se escapa de un frasco de vidrio que Víctor destapa para verter el néctar que baña con su sabor a una pequeña torre de hielo, cuya frescura da vida a quienes se rocían con la brisa marina que se esparce desde el malecón de Veracruz.

Sabores y colores reposan en aquellos tarros que descansan sobre los triciclos que forman una hilera a las orillas del Paseo del Malecón, donde los sonidos de la marimba, el son jarocho que emana de los tranvías y el suave oleaje componen el bullicio.

Los coloridos recipientes hacen que tanto turistas como jarochos volteen la mirada hacia los puestos semifijos de los comerciantes que, con letras mayúsculas, anuncian sus ambrosías como un escape a las calurosas temperaturas que golpean al puerto de Veracruz.

“¿De qué hay’”, le pregunta un turista a Víctor, quien responde con una lista de frutas y sabores: grosella, fresa, mango, durazno, nanche, guanábana, guayaba, uva, limón, tamarindo, rompope, vainilla… La variedad es vasta para cumplir el dulce capricho de sus clientes.

Los raspados constituyen una tradición que, por su sabor, frescura y alegría, hacen que desde hace décadas el Paseo del Malecón sea un sitio obligado y cautivador para los turistas que disfrutan de los atractivos del Centro Histórico de Veracruz.

El origen de su nombre se debe a que quienes lo preparan raspan el hielo de entre una barra para vaciarlo sobre un vaso en el que forman una pequeña torre congelada que recibe el baño de jarabes dulcísimos que se extraen de las frutas.

Con apenas 18 años de vida, Víctor García es uno de los vendedores de raspados que trabajan en los puestos semifijos y triciclos que se colocan a las orillas de la calle Mario Molina, frente al Mercado de Artesanías de Veracruz.

Sencillos, glorias, monjitas o diablitos, Víctor prepara el raspado a tambor batiente una vez que el cliente elige un sabor de entre toda la variedad de los frascos llenos con concentrados de frutas que entonan con un dulce toque de leche condensada o con una pizca ácido y picante chamoy.

Cada dos días rellena los recipientes con los jarabes que se preparan únicamente con agua, cantidades exageradas de azúcar y fruta aún verde que se madura con el paso de las horas y por el caramelo que las consume.

Los raspados se venden sobre todo durante los meses en que las temperaturas en el puerto de Veracruz superan los 30 grados Celsius, sin embargo, la temporada de frío no es excusa para que los turistas se queden sin probar el manjar de hielo. Eso, Víctor, quien apenas tiene un año en el negocio, lo sabe muy bien.

 

 

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