Puebla, ciudad de balcones esquinados

*No sólo cumplían una función, esos balcones eran generadores de poder, de una percepción de apropiación de la mirada a las calles que confluyen en un ángulo perfecto

Jaime Carrera

Puebla, Pue.- El Centro Histórico emerge constantemente como una cabal y ostentosa colección de historias en la pasmosa y alucinante Ciudad de los Ángeles.

Un trazado perfecto, una cuadrícula prácticamente bordada a mano y muchos balcones integran un libro de interminables páginas: todo un tratado de arquitectura.

Caminar por los primeros cuadros es un agasajo visual: muros, columnas, azulejos y ventanas. Pero aquí y allá, a la vuelta de la cuadra, hay algo más: un balcón esquinado.

Sus formas, la técnica y el arte plasmado en una esquina son más que parte de una edificación: de esa manera, los residentes –apuntan historiadores– recalcaban su clase social.

Hasta en las fachadas había distinciones, pero lo que también tenían esos materiales conjuntos era un valor emocional que permitía una mirada diferente hacia el exterior de las casonas.

No sólo cumplían una función, esos balcones eran generadores de poder, de una percepción de apropiación de la mirada a las calles que confluyen en un ángulo perfecto.

Detrás, sus puertas se entrelazan y dan acceso a la intimidad de las sociedades de la primera mitad del Siglo XVII: son estructuras, pero también voces que hablan por los que allí habitaron.

Dentro de esa sincronía en la división de calles y manzanas de Puebla, los balcones esquinados son esos destellos que sobresalen de las paredes y provocan una rotación corporal inesperada.

Desde arriba, se observa la rutina y la cotidianeidad: Realidades que se perciben lejanas de los tiempos en los que, prominentes, se erigieron cada uno a su estilo y unicidad.

Son una memoria gráfica de la transformación de Puebla. Se sabe que había al menos unos 20 balcones con esas características en el centro, hoy apenas estarían de pie unos nueve.

Así ha quedado asentado en artículos, análisis y estudios, pero sobre todo en la teoría publicada por especialistas como el arquitecto José Blas Ocejo, allá por el año 1999.

De piedra labrada, acompañados de cornisas y el toque perfecto de solidez con imponentes columnas y herrería forjada, los balcones esquinados son irrepetibles, más no únicos.

Los hay dispersos en América Latina, algunos son vestigios, otros se mantienen de pie en ciudades como Antigua, Guatemala y Trujillo, Perú, aunque su origen se traslada a España.

Es curioso, hoy pasan desapercibidos. Antes, su objetivo era unir, amalgamar la planta superior con el quehacer urbano del exterior, ahora aunque resistentes se ven difusos.

El de la 4 sur número 302 es parte del patrimonio de la BUAP y los ubicados en los inmuebles de la 3 sur número 507; 7 oriente, número 10, y 4 norte número 2 albergan restaurantes.

Debajo de uno más, opera una tienda de abarrotes en la 2 oriente número 402, pero todos, se encuentran conservados y con características tan similares pero tan diferentes a la vez.

Delineados en un mapa, esos cinco balcones esquinados forman una especie de L, y coincidentemente todos se encuentran a no más de cinco cuadras del zócalo.

Para algunos podrían ser sólo espacios habitables, pero para otros representaron prestigio. Lo que se sabe, según teóricos: es que dejaron atrás al patio interior como eje rector de una casa.

En su apogeo, los balcones esquinados empujaron a la nobleza a integrarse al todo de una ciudad, a la vida urbana que de a poco se forjaba y que ahora parece haberlos devorado.

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